Maestro del silencio y de la luz, Chardin tiene una posición importante respecto al arte de la corte parisiense y a las modas artísticas de su época. Es uno de los pocos grandes artistas que no hizo el viaje canónico a Roma ni se dedicó con regularidad a los estudios académicos. El éxito de sus primeros bodegones (de composición muy estudiada y geométrica) en 1728 le granjeó una fama paulatina. La poesía íntima y conmovedora de sus naturalezas muertas es sencillamente extraordinaria: acordes discrets y exquisitos de azules y blancos, un ligero desenfoque que mitiga un poco los contornos y un fino polvo que se posa en silencio sobre los objetos de uso cotidiano y doméstico, humildes y banales. (Stefano Zuffi, Los siglos del Arte)
Chardin nació en París el 2 de noviembre de 1699. Su padre era ebanista. Fue un artista autodidacta que recibió gran influencia de maestros flamencos del siglo XVII como Gabriël Metsu y Pieter de Hooch. Al igual que ellos, se dedicó a pintar temas sencillos y escenas de la vida cotidiana; creó una obra que contrastaba con los temas heroicos y las alegres escenas del rococó que constituyeron la corriente artística principal durante la mitad del siglo XVIII.
En 1728 Chardin fue admitido en la Real Academia de Pintura después de presentar dos de sus primeros bodegones, La raya y El buffet (ambos de 1728, Museo del Louvre, París). En la década de 1730 comenzó a pintar escenas de la vida cotidiana de la burguesía parisina, como Dama cerrando una carta (1733, antiguos Museos Estatales, Berlín), La sirvienta (1738, Museo Hunteri
Jean-Baptiste-Siméon Chardin, Niña con volante, 1737, Uffizi, Florencia.
an, Glasgow) y La bendición (1740, Museo del Louvre). Estas obras, que se caracterizan por la delicadeza del colorido y la luz tenue, son un canto a la belleza de lo corriente y proyectan un aura de humanidad, intimidad y honestidad hogareñas. El dominio de la técnica le permitió a Chardin dotar a sus pinturas de una asombrosa textura realista. Lograba crear formas con juegos de luz, mediante pinceladas superpuestas cargadas de materias y destellos finos y luminosos. Los críticos le denominaron el gran mago y no hubo ningún otro pintor del siglo XVIII que le igualara.
Al principio de su carrera, Chardin había conseguido el apoyo de algunos mecenas de la aristocracia y del propio Luis XV pero más adelante obtuvo gran fama con la difusión de numerosas copias de sus grabados. Al final de su vida empleó la técnica del pastel cuando empezó a fallarle la vista y, aunque en su momento estas obras, caracterizadas por una profunda humanidad, no fueron apreciadas, hoy en día están muy bien consideradas. Chardin murió el 6 de diciembre de 1779 en París.
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